Eduardo Gutiérrez-Rivas
Músico y neurólogo
Servicio de Neurología. Hospital Universitario “12 de Octubre”. Facultad de Medicina de las Universidad Complutense de Madrid.
La música constituye un arte que se ha demostrado guarda unas relaciones muy importantes con el cerebro y muchas de sus funciones. El campo de los conocimientos de la actividad cerebral relacionada con la música es enorme. En esta charla se van a tratar sólo algunos aspectos concretos, como ejemplo de las relaciones entre el cerebro y la música.
Música y comportamiento.-
Se conoce, desde hace mucho, que la música influye en el comportamiento animal. La sabiduría popular dice que la música amansa a las fieras. Es conocido el efecto que la música tiene en la productividad de algunos animales. Los animales que oyen música clásica, aumentan su rendimiento: así, se usa un ambiente con música para aumentar el número de huevos de las gallinas ponedoras, o la cantidad de leche de vacas lecheras estabuladas.
Música y aprendizaje.-
También incluye la música en el rendimiento intelectual de las personas. El denominado “efecto Mozart” se debe al efecto que produce escuchar una determinada música (concretamente, la sonata para dos pianos de Mozart) en el rendimiento de unos exámenes. En este trabajo, Rausher y Shaw (1993) comparan los resultados de los exámenes de varios grupos de alumnos a los que se les hace oír esta sonata de Mozart, frente a otro tipo de música (que puede denominarse “relajante”) o, que han estado ese tiempo en silencio. Posteriormente, cambian los grupos, y siempre obtienen mejores notas los que han oído la música de Mozart. Por extensión, se llama también “efecto Mozart” a la influencia de la música en el comportamiento humano.
Una demostración de la utilidad de la música en la adquisición de conocimientos es el trabajo de Steele (1999). En una clase de un colegio dividen a los alumnos, de 3-4 años de edad, en 4 grupos: una al que le dan clases para aprender a tocar el piano; otro en el que les enseñan a cantar; al tercer grupo les dan clases de informática; al último grupo, no le dan clases extra. Al cabo de 8 meses, los niños que han recibido clases de piano tienen un mejor rendimiento en cuestiones de reconocimiento visuo-espacial, construyen mejor y más rápidamente rompecabezas y tienen un razonamiento mejor que los demás grupos. Otro estudio más reciente demuestra que los niños que han recibido enseñanza musical tienen los ERP (evoked related potentials) cerebrales producidos por el sonido de un violín mucho más amplios que los niños de la misma edad (de 4 a 6 años) que no han recibido clases de música. Esta diferencia en los ERP no se produce si el sonido que lo provoca no es musical.
Cabe concluir que estudiar música y aprender a tocar un instrumento, desde los primeros años de la vida, mejora el rendimiento cerebral y facilita la adquisición de importantes funciones cognitivas. Si nuestros políticos fueran más avispados, incluirían el estudio de la música desde los primeros años de la escolarización.
Música y plasticidad cerebral.-
Juan Sebastián Bach escribió un método para aprender a tocar el clave, que lleva por título “El clave bien temperado”. Similarmente, Perret y Fox han publicado un libro cuyo título es un remedo del del libro de Bach: “La mente bien temperada”. En este magnífico libro, además de repasar las experiencias que demuestran la gran ayuda que supone la música para el aprendizaje de cualquier materia en los niños, inciden en la influencia de la música en la plasticidad cerebral.
Para entender lo que es la plasticidad cerebral hay que conocer algo del funcionamiento del cerebro. El este órgano, cada neurona trasmite un poco información. Si el cerebro es capaz de desarrollar tantas funciones se debe a que existen muchos millones de neuronas que funcionan de forma coordinada y que se relacionan, cada una de ellas, con varios cientos de neuronas. Así una función tan compleja como reconocer una cara y ponerle nombre y saber si es amigo o pariente, es un proceso que se lleva a cabo en cuestión de milisegundos. El cerebro funciona como una central telefónica. Existe una línea desde la central a la casa de cada abonado; pero en la central se puede conectar la línea de cada abonado con la de cualquier otro. De esta forma, un abonado, que sólo tiene una línea telefónica, es capaz de hablar con millones de personas, gracias a las conexiones de la central telefónica. La adecuación de las conexiones de la central telefónica a las necesidades de los abonados se llama plasticidad. En el cerebro, un estímulo provoca una respuesta, debido a la excitabilidad de las neuronas. Con los estímulos repetidos, se producen transformaciones funcionales.
Podemos imaginar el cerebro humano como un gran hotel recién construido, como el Hotel Sheraton, de Río de Janeiro, o un edificio como las Torres Petronas, de Singapur. Una vez construido el edificio, hay que habitarlo. A medida que una persona entra en el hotel, comienza a funcionar el hall; si coge un ascensor, éste se vuelve útil; el cliente entra en una habitación y, a partir de ese momento, la habitación está conectada con el pasillo..., y así sucesivamente. A medida que vamos utilizando el cerebro, se van abriendo las conexiones entre las neuronas y se va adecuando nuestro cerebro a los estímulos que se han recibido.
Esta plasticidad queda elegantemente demostrada en un magnífico trabajo de Valverde. Coge ratones recién nacidos y los mantiene en oscuridad absoluta durante semanas; a otro grupo los mantiene en oscuridad menos tiempo, y luego los expone al efecto de la luz. Estudiando las neuronas apicales de la capa V de la corteza visual, comprueba que las espinas de las dendritas de estas neuronas aumentan en número cuando los animales reciben estímulos luminosos y, además, que la estimulación visual precoz aumenta el número de estas dendritas. Esto indica que se establecen conexiones o, mejor aún, que conexiones que existen, pero no se usan, se “abren” con los estímulos luminosos. Demostró también que cuanto antes se realicen los estímulos, más espinas dendríticas se forman, es decir, más conexiones cerebrales se establecen. Esta variación del número de conexiones de la corteza visual es un claro ejemplo de lo que supone la plasticidad cerebral: los cambios funcionales cerebrales se acompañan de un sustrato morfológico.
Aunque no está demostrado anatómicamente, parece bastante claro que la plasticidad cerebral para muchas funciones abstractas mejora con la “exposición” precoz de los humanos a la música. De aquí puede deducirse que los estímulos musicales en niños muy pequeños aumentarán su capacidad de abstracción y, en consecuencia, les hará, en el futuro, más inteligentes en el campo de las matemáticas o la física o cualesquiera otras actividades en las que la abstracción sea necesaria.
La música como arte abstracto.-
Existen muchas definiciones de lo que es el Arte. Para Fernando Zóbel, arte es lo que el artista llama arte. Clásicamente se ha llamado arte a lo bello, a lo que imita a la Naturaleza, a la verdad… Para Aristóteles, el arte completa lo que la Naturaleza no ha podido terminar. Por otra arte, el arte debe ser algo “inútil”, según Ovidio: nada hay más útil que las artes que carecen de utilidad. Benjamín Jonson mantenía que lo bello está muy próximo a lo bueno. Para el poeta Schiller, la verdad es para el sabio, mientras que lo bello es para un corazón sensible… Bello, verdadero, bueno… son todos ellos epítetos de lo que debe ser el arte. La música es un arte, por supuesto, y, además, el arte supremo en la mitología griega: cada actividad artística tenía su musa, mientras que la música surgía del conjunto de todas las musas (de ahí su nombre). La música es el arte más abstracto que se pueda imaginar. Sin la música, la vida sería un error (Nietzsche). La necesidad de un intérprete que trata de reproducir en su instrumento los deseos del compositor, y que goza de unas ciertas libertades, dentro de unos límites, constituye una característica común entre la música y la poesía y el arte dramático: hay mil formas de recitar un poema, de ejecutar una obra teatral o de tocar una obra musical, con la ventaja de que la música no precisa de traductor, ya que es un leguaje universal. ¿Y cuál es la intención del creador de una obra artística? Viene a cuento la anécdota de Alexei von Jawlenski, pintor ruso que emigró a Munich a principios del siglo XX, y que fue uno de los creadores del llamado “expresionismo alemán”, preámbulo inmediato de la pintura abstracta; durante una de las grandes guerras, se vio obligado a huir de Alemania (Rusia era enemiga de Alemania) y vivó en Suiza. Pintaba constantemente el mismo paisaje que se veía desde la ventana de su estudio, del que hay cientos de versiones y que se titula “El camino”. Un día decidió dejar de pintarlo porque, según explicó, ya había logrado su propósito, que era “no pintar lo que veo, sino lo que siento”.
Preguntas sobre la relación entre el cerebro y la música.-
Existen muchas incógnitas sobre las funciones musicales cerebrales. Algunas pueden ser las siguientes
¿Cómo se procesa la música en el cerebro?
El cerebro de los músicos ¿es distinto del de los no músicos? ¿Cómo se modifica el cerebro con la música?
¿Por qué hay gente que tiene una clara predisposición para la música mientras otros carecen de aptitudes musicales? ¿Es ésta una función cerebral? ¿Depende de factores genéticos o sólo formativos?
¿Por qué hay individuos con oído absoluto? ¿De qué estructura cerebral depende esta función?
¿Por qué hay fragmentos musicales que suenan bien “a la primera” mientras otras obras suenan mal? ¿Cuál es la base científica de que una determinada música nos produzca melancolía, o tristeza, o nos anime, o nos vuelva agresivos, o nos haga llorar?
En los últimos años existe una preocupación por responder a éstas y otras muchas preguntas, y se están llevando a cabo investigaciones. Aunque no conocemos las respuestas de todas estas cuestiones, poco a poco se van conociendo más y mejor las relaciones entre el cerebro y la música.
Música y cerebro: métodos de estudio.-
Los primeros conocimientos sobre la localización cerebral de las funciones musicales se basaron en pacientes que habían perdido una determinada función musical (lo que se denomina genéricamente como “amusia”), en los que se demostró una determinada lesión cerebral. Esta correlación, que parece sencilla, no lo es tanto, porque para ello es necesario que se cumplan varias condiciones, a saber: 1) que el paciente tuviera previamente unas determinadas habilidades o conocimientos musicales (no se puede evaluar la pérdida de la capacidad de leer una partitura si el paciente no sabía solfeo previamente); 2) la lesión debería ser relativamente pequeña, para que no le impidiera explicar suficientemente sus “síntomas musicales” (una lesión extensa alteraría no sólo las funciones musicales, sino también la comprensión y la emisión del lenguaje, y el paciente no podría relatar al médico su trastorno musical); 3) el médico debe tener conocimientos musicales (si no sabe solfeo, no puede evaluar la capacidad del paciente para leer música). Además, las funciones musicales pueden alterarse de muy diversas formas: la lectura de una partitura, la capacidad para cantar una melodía que se está leyendo en una partitura, la capacidad para cantar una canción aprendida y memorizada, la capacidad para “entonar” la melodía, la capacidad para mantener el ritmo de una música, la capacidad de “entender” o “reconocer” una determinada obra musical y tararearla mientras se oye, la capacidad de escribir las notas que se oyen, o las procedentes de su imaginación… Por ello, el número de pacientes con alguna variedad de amusia que se han estudiado y publicado es sumamente limitado. En estudios prospectivos sobre pacientes con distintos tipos de amusias, se ha llegado a la conclusión de que la localización cerebral del procesamiento musical es sumamente difuso.
Otro método de estudio del procesamiento cerebral de la música se lleva a cabo con métodos neurorradiológicos funcionales: la resonancia funcional o la tomografía por emisión de positrones. Ambos métodos se basan en el aumento del consumo de oxígeno o glucosa en las áreas cerebrales que intervienen en el procesamiento de la música. El problema de estos métodos es no sólo que no están al alcance de los médicos clínicos que quieren estudiar una trastorno musical, sino, sobre todo, que el camino que sigue la música en el cerebro es muy complejo: la melodía de una canción, por poner un ejemplo, se procesa por vías anatómicas distintas de las que procesan la letra de la canción, y diferentes de los sistemas que se usan para el ritmo o la armonía; el “timbre” o característica que nos permite diferenciar una nota emitida por un piano de la misma nota emitida por una trompeta, es un componente esencial de la música que “viaja” por otros caminos; la música genera emociones (tristeza, en una marcha fúnebre, energía, en una marcha militar, nostalgia, recuerdos, la música evoca momentos, situaciones, lugares, personas… Por ello se dice que el procesamiento cerebral de la música es un fenómeno sumamente complejo, donde intervienen aspectos sensoriales (la vía auditiva), cognitivos (como la atención, el aprendizaje o el pensamiento), emocionales (la motivación y los sentimientos), motores (la música es movimiento y hasta los niños más pequeño se mueven al compás de la música), y mnésticos (la memoria inmediata es necesaria para que un a melodía tenga sentido, la memoria remota nos indica si se ha oído con anterioridad esta obra y qué recuerdos nos trae, y la memoria verbal, para la letra de las canciones). Aunque la música es esencialmente sonido y llega al cerebro por la vía auditiva, hasta la corteza auditiva primaria y las áreas de asociación, llega también a la corteza frontal, donde reside la atención y el control programado de las emociones, y al sistema límbico, donde produce las emociones más primarias; además, la vibración de la obra musical llega al cerebro a través de las aferencias táctiles, por las vías sensitivas.
Por lo que sabemos, el hemisferio izquierdo procesa el lenguaje, la lógica, las matemáticas, el ritmo; en este hemisferio radica la comprensión de la letra de una canción y de su ritmo. En el hemisferio derecho se procesa la información espacial y emocional; aquí reside el procesamiento del tono (afinación), de la armonía, del volumen y del timbre. Las lesiones en este hemisferio no permiten disfrutar ni emocionarse con la música, ni tampoco cantar. Sin embargo, para reconocer o distinguir modificaciones en el ritmo o en el fraseo, es preciso que funcionen los dos hemisferios cerebrales.
El oído absoluto.-
Se llama oído absoluto a la capacidad de algunas personas para reconocer un sonido musical (una sola nota) y ponerle nombre, sin ninguna referencia previa; se extiende esta denominación a la capacidad para reconocer un intervalo entre dos notas. Es como si tuviera el cerebro “afinado”. Este fenómeno ha atraído el interés de muchos investigadores, sin que se hayan llegado a conclusiones definitivas. Se acepta que se nace con oído absoluto (al parecer, se hereda), pero que es necesario utilizar esta función para que se conserve. En cuanto a su localización, se cree que se localiza en la porción posterior del giro temporal derecho, ya que, entre las personas con oído absoluto, existe una mayor asimetría de esta región que entre quienes no lo tienen. También existe una cierta asimetría de esta región entre músicos y no músicos, así que se especula con la posibilidad de que pueda desarrollarse más con el “entrenamiento” musical.
Música y emoción.-
Se ha demostrado que la música que “suena bien” activa de forma diferente las áreas corticales paralímbicas (región órbito-frontal y para-hipocámpica) que la música que “no suela bien”. Aunque este hecho requiere una interpretación cuidadosa, puesto que depende de la educación musical del oyente. Naturalmente, no produce la misma emoción la música de discoteca que la sinfonía “Pastoral” de Beethoven.
La música como terapia.-
Existen pruebas fehacientes de que escuchar música puede favorecer el tratamiento de determinadas enfermedades. Así, los niños con síndrome de Gilles de la Tourette tienen muchísimos menos tics cuando están oyendo música; los niñas autistas responden mejor a estímulos musicales que al muchos otros; con música mejoran los pacientes con parálisis cerebral; en la enfermedad de Parkinson la música disminuye la rigidez, hasta el punto de que algunos pacientes inválidos son capaces de tocar relajadamente el piano; escuchar regularmente música “clásica” disminuye la frecuencia de las jaquecas; con música disminuyen las necesidades de analgésicos en el período postoperatorio. Por ello se está utilizando como parte del arsenal terapéutico en diversas enfermedades.
Conclusión.-
La interacción música-sistema nervioso es compleja y amplia. Existen muchos aspectos no conocidos. La música es sumamente útil para mejorar el aprendizaje en los niños, así como para el tratamiento de diversos procesos patológicos.